martes, 19 de agosto de 2008

El capucho


“Al llegar a la universidad industrial de Santander como un primíparo más, lo embarga a uno la idea de saber a qué hora se arma un tropel, hay un cierre o una simple protesta. Conocer los mecanismos de lo que se hace llamar público y la defensa de ello se convierte en una idea que puede llegar a ser un tanto obsesiva. Pero al mismo tiempo y la experiencia de los conocidos tropeles de la universidad le permiten a uno dilucidar la realidad”. Estas palabras las comparte conmigo un estudiante de séptimo semestre de derecho de la UIS al preguntarle por la concepción que tiene del claustro en el que estudia. Pues bien, se trata de Miguel§ con el que compartí bastante de mucho de lo que se vive al interior de nuestra alma mater, y que de paso yo aproveché para ver al menos un punto de vista desde la cercana perspectiva de las revueltas.
Miguel es egresado de un colegio privado llamado Centro comercial bolivariano y cuenta que allí nada le ayudó para tener la visión que con la entrada al claustro universitario obtuvo. “Uno en el colegio es uno y cuando entra aquí la cosa cambia” comentaba. Nuestro entrevistado no terminó el bachillerato con honores, pero considera que ese hecho sólo lo consiguió con su entrada a la educación superior. “Entré realmente con las expectativas que entran todos, estudiar duro y ser alguien; para darle gusto a mis padres y no terminar siendo un don nadie”. Claro que su visión cambió bastante con el ingreso al claustro. Ya no era el cumplir con sus obligaciones impuestas y obtener un sentido de responsabilidad a medida que la exigencia lo imparte. Ahora también el pensamiento se escapa de toda medida impartida y se da a la tarea de buscar mecanismos que le permitan una salida. Pues este escape que encontró nuestro compañero fue aquella por la cual todos, al empezar nuestras carreras, tenemos cierta curiosidad… La revolución.
“Nunca creí llegar a ser miembro de un movimiento estudiantil, y mucho menos estar en las filas de los tirapiedras y defender mis derechos como persona”, aclaraba Miguel mientras daba cabida a los inicios en uno de los grupos de la universidad. Pertenecer a los movimientos estudiantiles de la universidad no es difícil, simplemente se necesitan buenos contactos, buenas ideas (fundamentadas) y ganas de luchar. Miguel ingresó a la organización gracias a un compañero que lo invitó a hacer parte de una reunión, donde trataban temas como los de la entonces pérdida del hospital universitario entre otros. Tal fue el interés que este evento despertó en Miguel, que de inmediato empezó a participar de todas las actividades programadas por sus nuevos compañeros. Revueltas, tirar piedra, lanzar improperios contra la administración de la universidad y el estado, enfrentarse a la policía; redactar documentos, recolectar alimentos, crear campañas de concientización y muchas más actividades fueron el pan de cada día de nuestro ahora joven revolucionario.
La satisfacción que esto le produjo no tuvo ni tendrá comparación. Estaba haciendo un pequeño aporte para que las cosas cambiaran. Pero tuvo desde entonces mucho trabajo y muchas campañas que respaldar que poco a poco fue descuidando la razón por la cual, desde un principio, había llegado a este lugar; su estudio. Su rendimiento no fue el mismo y las ganas tampoco lo serían. Vale añadir también que esta vida en la clandestinidad no le trajo buenas cosas (aparte del mal paso en la academia). Las persecuciones de brujas como él las llama, lo tentaron a dejar sus actividades revolucionarias en algunos momentos, pero sin rendirse continuó.
Pero a raíz del problema presentado en los últimos meses (la muerte del compañero Jaime por causa de una papa bomba), a Miguel le fue necesario “descansar” un poco, ya que las cosas se estaban tornando un poco “calientes”. Gracias a las continuas amenazas de grupos al margen de la ley y la constante zozobra generada por la administración, Miguel decidió abandonar el claustro por un periodo académico para dejar enfriar las cosas. Aún sin haberse matriculado Miguel sigue camellando, como afirma él, con sus compañeros desde afuera, esperando de nuevo el ingreso a su “alma mater”.

Como Miguel son muchos los jóvenes que recorren los pasillos a nuestro lado, pasando inadvertidos, que luchan (según ellos) día a día para tratar que “las cosas” estén mucho mejor. Ojalá todos esos esfuerzos no sean dejados en el olvido y que sólo sean para evocarlos cuando se haya obtenido un título.







§ Decidimos cambiar el nombre y llamarlo simplemente Miguel